Sanatorio Beelitz-Heilstätten

Un gigantesco complejo hospitalario abandonado en un bosque oscuro y húmedo. En el top five de los sanatorios abandonados sin duda, el Beelitz-Heilstätten merece un puesto privilegiado.

Hospital del Tórax

Fenómenos paranormales, ritos satánicos, suicidios, restos humanos, actores y directores de cine como testigos privilegiados. Desde su apertura hasta nuestros días, se puede hallar la sensación de muerte, que nos transmite al recorrer cada uno de sus pasillos y visitar cada una de sus estancias.

Mansión Winchester

La casa norteamericana más embrujada, la Misteriosa Mansión Winchester, tiene 4 pisos, 467 entradas, 47 chimeneas y 2 espejos.

La mujer con la boca cortada

Kuchisake-onna es una leyenda de la mitología japonesa. Trata sobre una mujer que fue asesinada y desfigurada por su esposo, convirtiéndose en un yokai que regresó para vengarse.

La isla mágica

En 1918 la cosecha de azúcar fue extraordinaria. La Hasco (Haitian-American Sugar Corporation, Compañía haitiano-norteamericana del azúcar) ofreció nuevos puestos de trabajo en sus extensas plantaciones. Muy pronto acudieron a las oficinas de empleo de la compañía pequeños grupos de habitantes del poblado, a veces familias enteras. Era costumbre que los habitantes de un mismo poblado trabajasen colectivamente; la persona más representativa recibía la paga de todos, que luego repartía al regresar a casa. 
Una mañana, un viejo jefe de poblado llamado Ti Joseph y su esposa Croyance llevaron a las oficinas de la Hasco a un grupo constituido por nueve hombres harapientos y andrajosos. Joseph explicó que se trataba de unos granjeros atrasados e ignorantes procedentes de una remota zona montañosa próxima a la frontera de Haití con la República Dominicana. Sólo hablaban un extraño dialecto rural, y no comprendían ni el criollo ni el francés. A pesar de esta desventaja, añadió, eran excelentes trabajadores, fuertes y sanos. 

El responsable laboral de la Hasco contrató al grupo, y aceptó la sugerencia de Joseph de que trabajasen lejos de los demás grupos: el viejo explicó que eran tan primitivos, que en presencia de otras personas se volverían tímidos y se asustarían. Sin embargo, el verdadero motivo para insistir en que el grupo trabajase aislado era el temor de que alguno de ellos fuese reconocido por un familiar o un antiguo amigo: todos los trabajadores de Ti Joseph eran zombies. 

Los extraños hombres de Ti Joseph trabajaban diligentemente durante las horas del día, y sólo paraban al atardecer para comer su potaje de mijo sin sal. La tradición vudú sostiene que si un zombie prueba la carne o la sal se vuelve consciente de su verdadera condición y regresa a su verdadero lugar, la tumba, derramando amargas lágrimas. 

Un domingo por la mañana Ti Joseph dejó a su mujer Croyance al cuidado de los zombies durante todo el día. Croyance, sorprendentemente, pensó que tal vez les gustaría asistir a una procesión religiosa. Sin embargo, los zombies no se conmovieron ni por el espectáculo ni por nada de lo que ocurría a su alrededor. Mudos y ausentes, continuaron con la mirada fija en el espacio. 

Croyance, apiadándose de ellos, decidió que quizá les gustaría alguna golosina, por lo que compró algunos pastelitos hechos con azúcar moreno, cacahuetes y coriandros, poniendo uno en la boca de cada zombie. Sin embargo, los cacahuetes habían sido sazonados con sal. Al comer la golosina, los zombies se dieron cuenta de que estaban muertos. Con un grito tremendo se levantaron y huyeron del poblado, dirigiéndose hacia la selva en dirección a sus lugares de origen en las montañas. 

Cuando por fin llegaron a su destino, fueron reconocidos por los parientes y amigos que les habían enterrado meses atrás. Al llegar al cementerio cada uno de ellos se dirigió a su propia tumba, apartó las piedras y la tierra que la cubrían y se echó dentro, convertido ya en una masa en descomposición. El poder de Ti Joseph, que había evitado que sus cuerpos se descompusiesen, se había desvanecido. 

Los habitantes del poblado se vengaron de Ti Joseph. Pagaron a un brujo local para que le maldijera. Pero antes de que la maldición pudiera surtir efecto, algunos hombres le tendieron una emboscada y le cortaron la cabeza. A Seabrook le contó esta historia Constant Polynice, un granjero de Haití que afirmaba no creer en las supersticiones de sus paisanos. Sin embargo, añadió, los zombies sí eran una realidad. Poco después de contar esta historia, le mostró a Seabrook un grupo de tres presuntos zombies. Estaban cavando la tierra con machetes, bajo la supervisión de una mujer joven. 


La isla mágica
Los que utilizan cuerpos muertos con el fin de realizar magia