Sanatorio Beelitz-Heilstätten

Un gigantesco complejo hospitalario abandonado en un bosque oscuro y húmedo. En el top five de los sanatorios abandonados sin duda, el Beelitz-Heilstätten merece un puesto privilegiado.

Hospital del Tórax

Fenómenos paranormales, ritos satánicos, suicidios, restos humanos, actores y directores de cine como testigos privilegiados. Desde su apertura hasta nuestros días, se puede hallar la sensación de muerte, que nos transmite al recorrer cada uno de sus pasillos y visitar cada una de sus estancias.

Mansión Winchester

La casa norteamericana más embrujada, la Misteriosa Mansión Winchester, tiene 4 pisos, 467 entradas, 47 chimeneas y 2 espejos.

La mujer con la boca cortada

Kuchisake-onna es una leyenda de la mitología japonesa. Trata sobre una mujer que fue asesinada y desfigurada por su esposo, convirtiéndose en un yokai que regresó para vengarse.

The Hum


Las noches en el campo tienen fama de plácidas. Sin embargo, en Woodland, una localidad británica perteneciente al condado de Durham, en el norte de Inglaterra, los vecinos llevan varios meses sin escuchar el silencio. Desde aproximadamente la medianoche hasta las cuatro de la madrugada, oyen sin interrupción lo que describen como el rumor lejano de alguna clase de potente motor.

El entorno de Woodland es completamente rural y carece de industrias o cualquier tipo de instalación que explique el origen del extraño sonido. Un rumor que, a veces, se hace tan intenso que impide conciliar el sueño. A pesar de los esfuerzos por localizar su procedencia, mediante grupos organizados de vecinos que han recorrido los alrededores del pueblo, todo ha sido inútil. A pesar del modo en que los vecinos definen el sonido, este no se asemeja demasiado al de un motor convencional de combustión interna; suena más bien como una gran turbina girando a bajas revoluciones. Resulta similar a que puede escucharse a cierta distancia de un puerto durante la noche, libre de otros sonidos que lo tapen o atenúen.

No es la primera vez que esta clase de fenómeno se produce en ubicaciones totalmente dispares del planeta. Sucesos similares han sido reportados con anterioridad en localidades de Estados Unidos, Oceanía, Europa, etc., sin que hayan recibido una explicación satisfactoria. Lo que sí existe es una palabra anglosajona para definir esta clase de ruido de baja frecuencia: hum, “zumbido” en español.


Los casos más famosos son:
1977. Bristol (Inglaterra). El ruido era igual de constante que el de Woodland, llenaba el ambiente, provocaba dolores de cabeza a los ciudadanos e incluso llegó a asociarse con repentinas hemorragias nasales.
Taos hum1993. Taos (EEUU). Quizá el más conocido de estos hums. Llegó a elevarse una petición al Congreso para que fuera investigado, y se hizo, aunque nunca se obtuvo una conclusión definitiva, Algunos estudios afirman que se trataba de las pruebas de un sistema experimental de comunicación entre submarinos.
1997. Costas de Perú (Oceano Pacífico). Un hum fue captado durante unos pocos minutos por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos.
2006. Auckland (Nueva Zelanda). Un científico, Tom Moir, de la universidad local, consiguió registrar el sonido, aunque no pudo darle explicación ni determinar su origen. Aquí está el sonido grabado.
2011. Beaufort (Irlanda). El hum persistía todos los días, las 24 horas al día desde 11 de Abril del 2011 hasta el año 2012. Notícia en inglés aquí.

El Hedor

El hedor me despertó en plena noche. Invadió mis narices como un aliento tibio, me provocó una pesadilla de vegetaciones muertas, de pútridos animales.
Abrí los ojos asqueado y observé el dosel de mi cama, reconocí el baldaquino de seda con motivos dorados, los tentáculos de madera carmesí. Respiré aliviado. Di gracias de haber escapado de aquel mundo de pesadilla y estar de vuelta en mi habitación. Pero el tufo, omnipresente en mi sueño, seguía allí. Lo tenía pegado al paladar como si hubiese comido un fruto rancio. ¿Qué era? ¿De dónde venía?


La cama

Tanteé con mi mano en la mesilla de noche hasta dar con un vaso de agua. Bebí, aclaré mi garganta y me incorporé. Miré la rosa en mi florero de cristal; había muerto durante la noche y sus pétalos se esparcían lánguidamente sobre la madera oscura del mueble. El resto de la habitación era toda penumbra.
Me recosté sobre los almohadones de plumas y esperé a que la pestilencia se desvaneciera. ¿De qué podría tratarse? Era otoño. En verano solía tener algún que otro problema con las tuberías de la casa. Se elevaban pestilencias por los viejos y largos desagües y María, la sirvienta, aseguraba oír ratas trepar por detrás de las paredes. Pero era otoño. Los árboles del jardín estaban pelados. La noche era fría, polar bajo las estrellas de hielo. ¿De dónde, pues, venía ese hedor?
Completamente desvelado espere a que el olor remitiera, pero no lo hizo. Por momentos menguaba ligeramente, después crecía hasta hacerse insoportable. No... no era ningún desagüe; estaba seguro. Era una fetidez demasiado intensa. Recordé aquel jabalí que encontré una vez de niño en un bosque, con las tripas reventadas por un perro, perforado de gusanos. Recordé aquel terrible y pegajoso olor a muerte. Era un olor penetraba hasta la garganta. Una hediondez capaz de trastornarle a uno. Y era el mismo que me rodeaba aquella noche, sin duda.
Me levanté y abrí las ventanas. La noche era fresca. La luna estaba posada en un nido de nubes púrpuras. La aldea dormía en paz bajo sus tejados de plata. Un perro aullaba en la distancia. Respiré durante un minuto apoyado en la barandilla de forja, después regresé adentro. El tufo me esperaba como una bruma suspendida en el aire de la habitación. 

¿De dónde venía?
Abrí los armarios. Sumergí mi nariz en los cajones, olfateé cómo un perro de caza. Pensé que quizá fuese un pequeño roedor muerto en algún lado, atrapado entre un mueble y la pared. Mi amada Cristina, que posaba sonriente en una fotografía, casi se estampa contra el suelo según movía el buró. La tomé entre mis manos y la observe con una sonrisa dibujada en los labios. Su visión logro calmarme un poco.
La peste fuera de casa
Terminé de registrar mi habitación y el lavabo sin resultados. Abrí entonces la puerta del pasillo y olfateé el aire que yacía manso y dormido en la largura de la galería. Era definitivamente peor; el asqueroso y fétido tufo aumentaba perceptiblemente ahí fuera. ¿Qué podría estar causándolo? ¡Toda la endemoniada casa olía como una ciénaga! Me hirvió la sangre. Regresé a mi cama y tiré del avisador. Escuché las viejas poleas girar por las entrañas de la casa y, en la planta baja, oí resonar la campanilla. CLANK-CLANK-CLANK
La casa no se inmutó ante mi llamada. Tiré de nuevo y con tanta fuerza que casi rompo la cinta. "¡María!" grité "Criolla perezosa! ¿Dónde demonios te has metido?" Pero mis palabras resonaron solitarias por el pasillo y se ahogaron sin recibir respuesta. ¿Dónde estaba María? ¿Habría cumplido su amenaza de despedirse?
Nuestra última discusión había acabado de forma terrible. Me llamó loco, dijo que estaba obsesionado. "Ninguna de mis amigas limpia tanto como yo. Usted ve suciedad donde no la hay" se atrevió a decirme. Así son las sirvientas jóvenes. Perezosas, pierden el día soñando con el novio que las saque de sus fatigosas existencias y te tachan de cacique ante la más mínima exigencia. ¡Si supiera cuantas concesiones hago! ¡Cuántas capas de polvo hago por no ver! Debía haberse marchado, sí, y me alegré por ello; hacía tiempo que pensaba echarla. Buscaría otra... ¡pero si todas son iguales! Bueno, quizá yo pudiera encargarme. Nadie mejor que uno mismo para hacer las cosas como es debido... quizá...
Me anudé el albornoz de seda y salí al pasillo. En los retratos, los rostros de mis antepasados parecían también disgustados por aquella inmunda atmósfera. Avancé asqueado, aguantándome las arcadas, hasta la cima de la escalera. Cuando llegué, la punta de la lengua me sabía a leche rancia y la garganta a huevo podrido. Tuve que cogerme de la barandilla para no caer desmayado.
No me costó percibir que aquella repugnancia ascendía desde la planta baja e inmediatamente pensé en la despensa ¿Sería todo una venganza de la criolla? Dejar pudriéndose una pata de cordero o matar las gallinas del corral era algo que encajaba con su sangre vengativa y murmuradora.
Bajé las escaleras hasta el vestíbulo. Los jarrones chinos estaban vacíos de flores y note el horrible tacto del polvo sobre las alfombras ¡Y pensar que Cristina estaba por volver esa misma semana! ¿Qué pensaría al ver aquel desastre? Mi ira fue a más. Grité otra vez el nombre de María aunque sabía que de nada iba a servir.
Me dirigí a la cocina y la encontré recogida. Abrí el refrigerador: Vacío. Ni una sola vitualla. Limpio, vacío y apagado. La maldita ladrona, pensé, se había ido con todo. Corrí al baúl de la plata, pero éste seguía intacto. ¿Qué sentido tenía todo aquello?
El hedor seguía allí, suspendido sobre mi cabeza, mareante, viscoso. Salí otra vez al vestíbulo, entré en el comedor. La mesa llevaba los manteles de la mañana. El frutero estaba vacío y había tanto polvo que uno podía dibujar su nombre sobre la madera. ¿Obsesionado yo? Pensé recordando las quejas de mi sirvienta…¡Ciega era lo que estaba ella!
Pasé a la sala de dibujo y allí, por fin, sentí que aquella pestilencia debía estar muy cerca. La sentía mezclándose con mi piel, enredándose en mi cabello. Era cómo una negra peste vestida con un largo e infecto camisón.
Biblioteca
¿Pero de dónde venía? Al fin lo descubrí.
Me acerqué al mueble biblioteca. Allí, el tufo me hizo retroceder. ¡Era fuertísimo! Una arcada me subió por la garganta pero pude contenerla. Me recompuse. Ahora comenzaba a comprender... Saqué un pañuelo de mi albornoz y me lo coloqué en la boca. Después me acerqué al mueble biblioteca y, sobre mis puntillas, alcancé aquel viejo saliente con forma de dragón. Lo giré dos veces y noté el chasquido del mecanismo secreto. El anaquel de mi derecha se desprendió de la pared y de la abertura surgió un vapor tan fuerte y pestilente que ésta vez sí, logró hacerme vomitar.

Retrocedí al comedor y pasé unos minutos sentado, recobrando el pulso y la respiración. Después regresé a la sala de dibujo y abrí por completo la puerta del gabinete oculto, una extravagancia de mis antecesores que hoy día utilizaba como sala de estudio, archivo de algunos viejos documentos y sitio de la caja fuerte. Encendí la luz. Resplandeció la moqueta verde y brillaron las inscripciones en oro de los centenares de volúmenes que reposaban en las estanterías. En el centro, en la preciosa mesa de cedro, había alguien sentado, de espaldas sobre la butaca de cuero. Entré.
De nada servirá describir la irrespirable, asfixiante y pútrida atmósfera que me vi obligado a atravesar hasta llegar allí. El cadáver yacía derrumbado sobre la mesa. Su cabeza, ennegrecida y repleta de pústulas, conservaba algunos mechones de cabello. Una de sus sienes estaba agujereada, la otra había reventado dejando un reguero de confusas formas sobre la mesa.
Encontré mi vieja Colt a sus pies, el casquillo de la bala bajo la silla.
Tomé el cuerpo por los hombros y lo eché hacía atrás. Reprimí un grito al ver sus cuencas vacías y la exagerada sonrisa de la muerte. Su mano izquierda seguía apoyada en la mesa, era un mórbido ensayo de tendones y huesos. Con sus largos dedos sujetaba una carta manuscrita. La tomé. La sangre, ya seca, solo había dejado legible el tercio inferior de la cuartilla. Decía así:

".. si me amas como dices, debes comprenderlo. He descubierto que no puedo ser feliz a tu lado, en esa casa que más parece una jaula de oro. A veces pienso que solo amas la idea de tenerme allí, como otro objeto de tu colección, brillante, pulcro, ocupando su sitio como el resto de las cosas. Por eso te digo adiós. Nunca más volveremos a vernos. Olvídate de mí, por favor. "

La firma de Cristina era lo último que ocupaba el papel.
Me miré a mi mismo sentado en aquella silla. Podrido bajo mi traje de corte colonial, con mi foulard de cachemira aún anudado al cuello, y una flor marchita ensartada en el ojal de mi solapa.
Lo recordé todo. Como ocurría a diario desde hacía ¿cuánto? Pero esa noche me acostaría de nuevo, lo olvidaría, y el hedor volvería a despertarme.
Salí de allí, cerré el gabinete, regresé al vestíbulo. ¿Qué hacer cuando tiene uno toda la eternidad por delante?
Cogí el plumero y me puse a quitar el polvo.

Sacado del libro de relatos de Mikel Santiago




Supersticiones orientales


Desde el occidente, la imagen que se tiene de los países orientales como China o Japón es la de países avanzados, que viven en el futuro, que miran hacia el futuro; pero estos mismos países, también mantienen vivas muchas tradiciones ancestrales, entre las cuales se encuentran las supersticiones.

JAPÓN

  • En Japón se da una gran importancia al grupo sanguíneo que tiene cada uno. Creen que a la hora de conocer a alguien hay que tener en cuenta que los de tipo A son metódicos, los del grupo B originales, los de tipo AB sensibles y los de tipo 0 buscan relaciones largas y son equilibrados. Por supuesto que esta afirmación no posee ninguna base científica, pero es muy común que entre los jóvenes japoneses se pregunten a qué grupo sanguíneo pertenecen a la hora de comenzar una relación. No hay que olvidar que la sangre es un tema que tratan las religiones, sobre todo la shintoísta, que por ejemplo, prohíbe a las mujeres acudir a los templos durante la menstruación por considerarlas impuras.
Pulgar escondido
  • Cuando un coche funerario pasa cerca de ti, esconde tu pulgar dentro del puño. Ésta superstición se debe a que la palabra pulgar traducida del japonés literalmente significa dedo-padre. Si escondes tu dedo padre dentro del puño es como si estuvieses protegiéndolo, de lo contrario tus padres morirán.
  • Ya que estamos hablando de muertos, existe otra superstición relacionada con la muerte. Cuando se va a un funeral es costumbre echarse sal por encima, así creen que quedan purificados. Curiosamente, en occidente lanzar sal da mala suerte.
  • Los japoneses tienen muy en cuenta la numerología. Los peores números para ellos son el 4 y el 9. El 4 es un mal número por que se pronuncia “shi” que se pronuncia casi igual que la palabra muerte. Y el 9 es pronunciado “ku” que significa sufrimiento. Esto puede llegar a extremos realmente exasperantes como evitar la numeración de plantas de edificios con esos números (sobre todo en hospitales y hoteles). Un caso especial es evitar como sea la habitación 43 en las secciones de maternidad de los hospitales, pues la lectura de 43 significa literalmente nacimiento muerto.
  • Si se te cae un diente de abajo, debes lanzarlo hacia el tejado de tu casa. Si por el contrario se cae de arriba deberás subir al tejado de tu casa y lanzarlo desde ahí.
  • En Japón también existe la creencia de los gatos negros, pero la diferencia está en que en el occidente da mala suerte si se te cruza por delante, en cambio, en el oriente, si se te cruza por detrás. 

    Maneki-neko
  • Pero no todos lo gatos son malos. ¿Quién no conoce a los gatos chinos? Pues yo no los conozco. ¡Yo solo conozco a los gatos japoneses! Así es, lo que creemos que son chinos, en realidad son unas esculturas japonesas muy populares conocidas como Maneki-neko. Puede ser vista frecuentemente en tiendas, restaurantes y otros negocios. Si el gato saluda con la pata derecha atrae la prosperidad y dinero. Si saluda con la pata izquierda atrae visitas. Si saluda con ambas patas, protege el hogar o establecimiento. 




CHINA

  • Igual que en Japón, los Chinos dan mucha importancia a la numerología. El 4, igual que en Japón, trae la mala suerte, por la misma razón; el 9, en cambio, se considera un número afortunado, ya que es el mayor número de un solo dígito y se considera que atrae la prosperidad y la longevidad.
Ascensor
  • Relacionado con lo anterior, en muchos edificios, por no decir en casi todos, faltan los números 4 y 14. El número cuatro por que se pronuncia como muerte, y el catorce se dice en chino “diezcuatro”, pero también se puede decir “unocuatro”: y todo eso no viene solo porque el número 4 forme parte del número, por que el piso 24 sí que existe, sino por que uno se pronuncia igual que “voy” en chino, por tanto 14 suena como “voy a morir”.
  • Las mujeres embarazadas suelen estar muy atentas a lo que comen debido a la vieja idea de que el tipo de comida determina el color de piel del bebé. Por ejemplo si la madre toma gran cantidad de salsa de soja, el bebé tendrá la piel oscura. Por el contrario, si come muchas judías blancas, el niño tendrá una piel clara.
  • Cuando vas a un hotel y quieres entrar a una habitación, independientemente del número de habitación que tenga, tienes que llamar 3 veces con los nudillos y luego abrir la puerta. Así avisas a los espíritus de que vas a entrar y les da tiempo a limpiar el alboroto que hayan causado: sisi, me refiero a todas esas latas de cervezas tiradas por ahí, de lo contrario te atacarán antes de que veas lo que han hecho ahí dentro...
  • Si mientras estás en la cama escuchas sonidos de campanas o de cadenas, no se debe abrir los ojos y hay que seguir durmiendo. Podría tratarse de los guardias del infierno escoltando de vuelta a algún demonio que había entrado en la habitación. 
  • Tener un estanque con peces o una cascada en el jardín aumenta los ingresos monetarios.
  • No se deben clavar los palillos verticalmente en el cuenco de arroz, ya que representan los inciensos que se ponen en las tumbas de los cementerios. Está muy mal visto en todos los países asiáticos y se considera una falta de respeto además de atraer la muerte.


China


Éstas son solo algunas de las supersticiones, ya que los países orientales tienen muchísimas más.