Los antiguos aseguraban que en los lugares de dolor, de llanto, de sangre, de sufrimiento… ocurrían fenómenos extraños. Daba la sensación de que algo se quedaba ahí flotando. En España tenemos un pueblo que genera este tipo de sentimientos e interrogantes. Es Belchite, situado en pleno corazón de Aragón. Hoy ya nadie recorre sus calles, nadie pasea por ellas, pues solo queda ruina, destrucción y sobretodo la memoria de un pasado terrible.
El 24 de agosto de 1937 se gestó uno de los episodios más cruentos de la Guerra Civil. Las brigadas internacionales avanzaban por tierras aragonesas al mando del general Pozas, domando localidades como Quinto o Mediana, pero en su avance se toparon con la resistencia inesperada de un pequeño pueblo: Belchite. Para conquistar la pequeña localidad hubo que movilizar un gran número de hombres y medios militares que habrían sido más necesarios en el avance hacia la capital aragonesa, principal objetivo de la operación. Así pues, la Batalla por Zaragoza acabó convirtiéndose en la Batalla por conquistar Belchite. Finalmente la pequeña población cayó en manos republicanas.
Ha pasado mucho tiempo, pero nadie puede desterrar del recuerdo el estruendo de las aeronaves sobrevolando y lanzando proyectiles o aquellos gritos de los heridos amontonados en el hospital de sangre que se ubicó en la iglesia de San Martín. Nadie ha logrado borrar la estampa de aquellos militares tanto de un bando como del otro. Reclutaban personas para que enterrasen a sus propios familiares y vecinos. Así ocurrió, hasta que Belchite se acabó convirtiendo poco a poco en una gigantesca fosa común.
Franco optó por dejar decidir a los Belchitanos si querían que les hiciese un canal de agua desde el río hasta el pueblo o reconstruir éste y ellos optaron por la segunda opción. El general hizo que los prisioneros de la Guerra empezasen a reconstruir el pueblo, pero este plan nunca se llevó hasta el final.

Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres
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